Crónica

El nuevo director de Fútbol Para Todos


Una solución europea para el fútbol argentino

El nuevo director de Fútbol para Todos fue publicista, productor de música y televisión. Jugaba al Polo, administró un haras para criar caballos de carrera, pretendió copiar al patrón del Inter y al hombre que manejaba el Real Madrid como una empresa. ¿Quién es Fernando Marín? Fragmentos de la investigación que Alejandro Wall realizó para su libro “Academia Carajo” (Sudamericana).

 -Yo lo dije siempre y lo repito porque no hay nada mejor para que se pegue un jingle que repetirlo: yo soy de Racing- desde la cuna.

            Fernando Marín habla como lo que también es: un publicista. Repite que es hincha de Racing como un jingle, ese latigazo sonoro cuya eficacia se prueba una vez que se nos mete de prepo en la cabeza.

            -Mi abuelo, inmigrante gallego, llegó acá y se hizo de Racing. Mi papá fue de Racing, mis hijos y mis nietos son de Racing.  Eso es una realidad. Y si ves ahí ves a Zito, con todas las cosas de Racing. Otro tipo, con el destrato que yo viví sobre todo de un sector, no sigue con las camisetas de Racing desde su origen, colgadas.

            Marín mide su pasión con los adornos de su oficina. Me muestra las paredes y los estantes: los retratos, las fotos y los banderines.

            -Ahí está Pizzutti, está Maschio, más abajo fijate lo que me escribe Lisandro López desde allá, lo que me escribe Milito.

            También se ven placas de discos de oro, una foto de Minguito con Maradona, y otra en la que lo saluda Juan Pablo II. Marín fue durante muchos años productor de música, radio y televisión. Pero acá la cuestión es Racing.

            -Campagnuolo y Ubeda vienen a mi casa a comer; viene el Mellizo a mi casa a comer; con Mostaza salgo y como, con Daulte también; con Ardiles tengo no una buena relación, una relación excelente. Yo con ningún técnico no sólo no terminé peleado sino que tengo una relación excelente con todos. Cappa cuando llegó a Huracán dijo: Marín me deleita con sus palabras de aliento. El Pato Fillol me llama para mi cumpleaños. El Pipa Higuain, que no es una estrella pero es el padre de una estrella, se paró adelante de periodistas que hacen televisión a diario, que no sé los nombres pero yo los veo en televisión, me abrazó y dijo: este fue el único presidente de Racing que cumplió al pie de la letra todo.

            Presidente, dice Marín, el gerenciador.

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            El Contrato de Gerenciamiento y Desarrollo de la Actividad Futbolística del Club tiene 54 páginas más los anexos. En el artículo donde se establecen definiciones e interpretaciones, dice: “Gerenciador: significa Blanquiceleste S. A.”. Podríamos decir: Blanquiceleste S. A.: significa Fernando Marín. “El presente contrato tiene por objeto la cesión del Club al Gerenciador de la dirección, operación, comercialización y administración, por sí y para sí, libre de toda restricción, limitación o condicionamientos impuestos por contratos o cesiones de derechos, con entera libertad y autonomía, de la Actividad Futbolística del Club”, se lee en la página 14. Según el Anexo II del Plan de Negocio, La Empresa se comprometió a invertir en diez años un total de 250.330.780 pesos entre los ítems: Fútbol Profesional, Fútbol Amateur, Cuerpo Médico, Otros Gastos Fútbol, Infraestructura y Deuda, que se contabilizaba por entonces en 54 millones de pesos (o dólares, según la Convertibilidad) aunque ahí mismo se aclaraba: “A negociar con cada acreedor”.

            Antes de hacerme pasar a su oficina me pidió diez minutos para charlar con sus colaboradores. Lo esperé en una antesala donde es imposible no mirar una pintura colgada de una de sus paredes. “The start for the memorable Derby of 1844”, se lee y se ve a los caballos en plena largada. Es un clásico del turf. Ese año el Epsom Derby fue un gran escándalo con edades adulteradas, apuestas, falsos títulos de nobleza, entre otras lindezas. A Marín le gustan los caballos. Jugó al polo y practicó equitación de joven. “Ando en caballo como camino”, dice. En 1968, recuerda, fue campeón nacional de salto. Aún hoy se le vuelve la imagen: gira montando el animal y, en medio de la multitud, se aparece en la verja de la Rural la cara de su padre, que nunca lo había ido a ver. Las últimas tres vallas, cuenta, las saltó con lágrimas en los ojos. Marín llora.

            Entre la emoción y la nostalgia hay un empresario. Marín administra un haras donde cría costosos caballos de carrera y es presidente de una reciente Liga Nacional del Turf Argentino. Donde hay una pasión, Marín también ve un negocio. Aunque al fútbol, aclara, llegó sólo porque se trataba de Racing. Dice que todo empezó cuando escuchó a la síndico aquello de que el club había dejado de existir. Y que, entonces, decidió cumplir un mandato de su padre antes de morir: “¿Cómo no lo arreglás a Racing vos?”.

            Marín, de pronto, ensancha el cuerpo.

            -Yo había tenido éxito en los medios de comunicación, era un tipo que había armado una empresa con una fuente de trabajo de mil ochocientas y pico de personas, con programas de éxito real masivo; había sido titular de Radio El Mundo, creador de FM Horizonte, VideoShow, Cantaniño, Mesa de Noticias, la Copa Davis, y el fútbol me apasionaba.

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            Enrique Capozzolo le había ofrecido ir juntos en una lista. Marín era amigo del padre del empresario, Francisco, el financista de La fiesta de todos, la propaganda hecha película que dirigió Sergio Renán –otro hincha de Racing-, que intentaba mostrar a un pueblo alegre y feliz por el Mundial 78 el reverso de las desapariciones y torturas que ocurrían por esos años. Marín le pidió a Capozzolo ver los números. Cuando analizó todo, rechazó la oferta.

            -El que agarre esto va en cana, le dije, acá hay que entrar y poner una torta de guita.

            Antes que eso, incluso, Marín había participado de la campaña de Osvaldo Otero, que se presentaba para pelearle el club a Juan Destéfano. Se lo había pedido, dice, un amigo en común.

            -Y me siento con él. Otero es un seductor, un tipo preparado, abogado, joven político.  Yo en ese momento no pensaba en nada de Racing. Absolutamente nada.  Lo ayudo como podrías ayudarlo vos en elecciones absolutamente libres.

            Hasta que llegó la quiebra.

            -Atravesé la Era de la síndico como un chamán.

            Dice que se puso a investigar y vio que Massimo Moratti, patrón del Inter, hacía grandes negocios con el petróleo; que Silvio Berlusconi, dueño del Milan, era un magnate de los medios de comunicación, y que Florentino Pérez manejaba el Real Madrid como una empresa. Los tres ejemplos le pertenecen a Marín.

            -El hincha es el hincha de los sentimientos y colores- sostiene Marín, tajante.

            Tengo otra mirada, le digo. El hincha, al menos en la Argentina, siente al club como propio aunque ni siquiera sea socio. Una propiedad social y colectiva.

            -No, pegan a la asociación civil a un folklore mentiroso y demagógico. Arriba de la mesa, los clubes son sin fines de lucro. Debajo de la mesa, son todos gerenciamientos.

            Marín armó el proyecto de gerenciamiento, lo que para él era una concesión. Conocía a alguna poca gente de Racing. Los enumera: el camarista Carlos Rotman, el economista Carlos Melconián y el interventor Héctor García Cuerva. Es una cuestión de target, me aclara Marín: podía tener afinidad o un simple contacto social con ellos.

            -Yo no conocía al hincha de Berazategui.

            Dice.

            -Me movía en otro ámbito.

            Aclara.

            Marín hizo dos movimientos para armar el desembarco en Racing. Primero contrató por servicios de consultoría a Osvaldo Otero, el mismo al que había ayudado en la campaña. Quiso que Otero, que había sido secretario de Deportes de Raúl Alfonsín, le transfiriera los conocimientos de las cocina de Racing. De ese acuerdo siempre se sospechó y hasta se tomó siempre como una certeza. Sin embargo, nunca fue blanqueado por las partes.

            -Hice un convenio con él y ahí está, tampoco yo iba a darlo a la luz.     

            El segundo movimiento de Marín fue encontrarse con Grondona. Sólo se conocían de haberse cruzado algunas veces. Pero en esa ocasión tenía cita. Así que fue al Vaticano de la calle Viamonte y esperó en esa antesala larga hasta que lo llamaron.

Grondona, dice Marín, lo recibe con Melconián sentado al lado.

            -Él es mi hombre de confianza- le dijo Grondona mientras señalaba al economista.

            -Todo bien, pero vengo a verlo a usted- contestó Marín.

            No creyó que se tratara de un condicionamiento aunque Grondona fuera un hombre que tenía por costumbre tabicar los movimientos del otro. Mientras tanto, lo escuchaba a Otero, que había terminado pésimo en Racing yéndose en medio de su mandato con la credibilidad por el pésimo y la deuda hasta el cuello. Pero Marín necesitaba saber qué había del otro lado, cómo eran los movimientos internos, de qué se trataba el mundo de la AFA, cómo era Daniel Lalín, ese personaje que ya se había instalado con su omnipresencia dentro de Racing. Esa mirada –la que le daba Otero- le servía para hacerse un mapa de lo que había que gobernar.

            Entre las consultas incluyó a la síndico Liliana Ripoll y a los empresarios de la televisión, acaso el verdadero poder dentro del fútbol. Se reunió con Luis Nofal, fundador y hombre fuerte de Torneos y Competencias, la compañía que controlaba los derechos de transmisión de los partidos en partes iguales con el Grupo Clarín. “Para entrar acá -le dijo- necesitás 15 millones de dólares para hacer circo, pagar deuda, tener equipo, elaborar. Con menos, no te metas”. Marín intentó preguntarle por cuestiones específicas, la pauta publicitaria, el merchandising y el ingreso por TV. “Fernando, esta es la cifra”, se la hizo corta Nofal.

            En busca de financistas, su abogado le contó que tenía un cliente al que le hacía los trámites de divorcio que le había comentado que tenía ganas de meterse en el fútbol. Se citó con Fernando De Tomaso en Rond Point y allí hablaron de cómo desembarcar en Racing.

            -El tipo hablaba y hablaba, me habló hasta por los codos pero no entendía un carajo de fútbol- cuenta Marín.

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            En ese momento, sin embargo, lo convenció. De hecho, se cree que el verdadero cerebro del tejido que permitió armar Blanquiceleste SA fue De Tomaso, un ejecutivo de finanzas que había trabajado en JP Morgan, Goldman Shachs y Bear Sterns. De Tomaso le contó a Marín que tenía un hermanastro en Nueva York que trabajaba junto a un oficial de cuentas de un árabe muy importante que quería radicar capitales en la Argentina y que desde ahí podrían conseguir una buena parte de la inversión para Racing. Karim Karaman escuchó la propuesta, abandonó el banco de inversión y se convirtió en el director de negocios en el exterior de Elmtree Investment Company Limited, radicada desde el 12 de noviembre de 1992 en Todman Building, Main Street, P.O. Box 3140, Road Town, Tortola, Islas Vírgenes. 

            Elmtree era la compañía de Mohammed Hussein al Amoudi, un jeque etíope radicado en Riad, Arabia Saudita, con una fortuna que crecía todos los días. La revista Forbes llegó a ubicarlo en el puesto 63 de las personas más ricas del mundo con 12.300 millones de dólares que seguramente ahora son un poco más y tampoco importa. De un tiempo a esta parte, incluso, llegó a sumar una condecoración: la Orden de Mérito que le entregó Joseph Blatter no por lo que hizo por Racing sino por su trabajo en el fútbol de Etiopía.

            Al Amoudi, que además controlaba la petrolera sueca Preem Petroleum AB, empresas de turismo, constructoras, bancos y otras tantas diversas compañías, mandó a Karaman a Buenos Aires. Marín lo paseó por todos lados, lo llevó a la cancha y lo convenció que tenía que poner la plata. Elmtree, la compañía de Al Amoudi, desembolsó ocho millones de dólares a cambio de una serie de condiciones: Karaman sería uno de los directores del grupo y De Tomaso quedaría como vicepresidente de la sociedad para supervisar la conformación y el área administrativa. Al Amoudi, entonces, fue el primer inversor de Blanquiceleste y el que le hizo pensar a Marín que los quince palos de los que le había hablado Nofal ya no estaban tan lejos.

            En paralelo, Marín negoció con su ex suegro, Marcel Degraye, un millonario que aún quería al publicista aunque se había separado de su hija. Degraye tampoco entendía demasiado de fútbol. Vivía sin problemas en Mónaco y tenía una firma off shore en el paraíso fiscal de Liechtenstein, donde a ese tipo de sociedades comanditas por acciones se las conoce como Anstalt. Bergo fue la segunda inversionista de Blanquiceleste.

            -¿Cuánto fue el dinero que tuvo que poner inicialmente?- le pregunto.

            -16 millones de dólares- dice Marín.

            -¿Qué se pagaba con eso?

            -Deudas, contrataciones, fútbol amateur, entre otras cosas.

            Durante años los accionistas de Racing fueron un misterio hasta que los puso al descubierto el periodista Gustavo Veiga cuando, además, contó que tres años y medio después de conformada la sociedad Elmtree no había finalizado los trámites de inscripción en la Inspección General de Justicia, mientras Bergo había desoído dos llamados del organismo para presentar documentación. Por entonces, Marín tenía el cargo de presidente, De Tomaso funcionaba como el vice, los directores eran Karim Karaman, François Meynot y Jorge Silva, y los suplentes eran Anabella Cento y Ana Paula González Alzaga. Al Amoudi poseía 14.400 acciones de la gerenciadora de Racing sobre un total de 30 mil. Marín tenía 6.998. El asesor legal de Blanquiceleste era Gerardo Palacios Hardy, defensor de represores de la dictadura militar y uno de los fundadores de la Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia, desde donde reclama el fin de los juicios por los crímenes de lesa humanidad.

            En la búsqueda por saber quién financiaba a Marín también se pensó que algo tenía que ver Osvaldo Ardiles, uno de los técnicos que trajo el empresario, y hasta Diego Simeone, que llegó al club sobre el final de su carrera y allí se retiró y se convirtió en entrenador. El empresario siempre negó todo. Pero el nombre que más dio vueltas fue Mauricio Macri. Varios gestos engordaban ese supuesto. Racing recibía jugadores cuyos pases pertenecían a Boca como Gustavo Barros Schelotto y Pablo Marchant. La versión, sobre todo, se sostenía en la amistad de ambos y el paso de Marín por el directorio de Socma, la sociedad que reúne a las empresas del clan Macri. El gerenciador también había tenido como cliente de su agencia publicitaria a Sevel, empresa de Macri, al igual que Pago Fácil, que ingresó al negocio de la venta de entradas a los partidos de fútbol nada menos que con Racing.

            -Cualquier pelotudez que dijo la gente en general- me dice Marín-. Es un disparate, como decir que yo trabajo en la política de Boca. Si hay algo a lo que particularmente le tengo asco es a Boca. Y si alguna vez me puteé fuerte con él fue por Racing y Boca.

            Marín sostiene que, al contrario, Macri le aconsejo que no entrara en el fútbol. Y que él, a su vez, le aconsejo más tarde que no se metiera en política.

            -Como amigos, nada más.

            El primer asunto a tratar por Blanquiceleste era la deuda. Marín dice que había deudores prioritarios, como Daniel Lalín, a quien sostiene que se le pagaron tres millones de dólares en el subsuelo de un banco en el centro. Dice que también se le pagó a Torneos y Competencias y saldó un crédito de la AFA que luego de una reducción quedó en cuatro millones de dólares. Héctor García Cuerva sostiene que ese movimiento fue clave para generarse la simpatía de Julio Grondona. Marín, además, explica que les pagó a varios jugadores y que se fue verificando toda la deuda.

            -De la lista de acreedores el 70 por ciento era trucho, como varios créditos inexistentes que se habían inventado.

 ***

La estatua de Mostaza Merlo llegó el 13 de enero de 2009 al Hall de la Fama de Racing, una sala que nos recuerda en blanco y negro a los ídolos del club, los años en donde la desdicha era un asunto desconocido. Se nota en las sonrisas de los retratos. El bronce de Mostaza retornó a Racing después de que Blanquiceleste partiera a otra vida –una vida lejana a la nuestra. Flavio Nardini descubrió la estatua en una ceremonia breve. Esa tarde entrevisté a Mostaza en el banco de suplentes desde el que dominó al monstruo. Un hueco que se había tragado a varios menos a él -aunque tampoco estaba indemne: su retorno en 2006 había sido para olvidar. Entramos a la cancha por el viejo túnel, un pasadizo inundado que Merlo atravesó en puntas de pie. Eran los escombros de un club que Blanquiceleste había echado al abandono.

            Ya no quedaba ni el eco de la frase de Fernando Martín después del partido con Vélez. “Ahora vamos por más”, había gritado en plena euforia, con el campo de juego todavía hirviendo, una promesa que lanzó al foso de la cancha al mes siguiente. La bravuconada, además, era la contracara de la administración ansiolítica con la que Mostaza había llegado al campeonato.

            -Estuve como el orto -me dice Marín diez años después-. Fue de ansioso, una cuota extra de vanidad al pedo.

            Es uno de los dos errores que admite el gerenciador. No concede nada más. Su otra equivocación, dice, fue no haberse ido al otro día de haber logrado el título. O, mejor, haberse ido con Mostaza Merlo después del segundo campeonato.

            -Eso hubiera sido magistral.

            La pirueta reflexiva, sin embargo, debería decir que Mostaza se fue de Racing precisamente por las decisiones de Marín en la contratación –o no- de jugadores, como ambos lo admiten aunque luego se hayan amigado.

            Marín dice que puso 21 millones de dólares en Racing. No es lo que sostienen quienes siguieron de cerca esos números. “Desde el primer día tomó dinero que Racing tenía en la cuenta del Banco Provincia, no puso un peso”, me dice Roberto García, del Movimiento Democrático Racinguista. Esos fondos que había dejado la síndico Liliana Ripoll se estimaban en 6,5 millones de dólares. El empresario admite que con la autorización del órgano fiduciario y el juez Enrique Gorostegui utilizó parte de ese dinero para pagar cuotas de la quiebra, aunque argumenta que se debió a la crisis del país.

            -Fue una ingeniería financiera armada de común acuerdo en una situación inviable económicamente en Argentina.

            Más allá de que las autorizaciones judiciales hacer uso de esas reservas se reñían con el contrato que había firmado. ¿Quién debía controlar que eso se cumpliera? El interventor Nicolás Dilernia, que había reemplazado a Héctor García Cuerva. Dilernia era un amigo de la infancia de Marín, a quien supuestamente tenía que poner bajo la lupa. Norberto Pontoriero, socio vitalicio de Racing y coautor de la Ley de Fideicomiso, incluyó esta anormalidad al pedir el juicio político contra Enrique Gorostegui.

            Dilernia debía ser el guardián del patrimonio de Racing Club Asociación Civil. Cuidar que su amigo de la infancia, compañero del colegio, no tomara decisiones que perjudicaran a la institución. Sin embargo, ocurrieron cosas como esta: Blanquiceleste vendió en 800 mil dólares el pase de Mariano González a un grupo empresario encabezado por Fernando Hidalgo. Al poco tiempo, el jugador terminó en el Palermo de Italia por cinco millones de euros.

            -A lo mejor me equivoqué –me dice Marín-, a lo mejor tendría que haber esperado, pero cuando lo vendimos lo puteaban todos a Mariano González. Después evolucionó. Igual que con Diego Milito: yo quería esperar un poco más pero los padres me venían a ver para que lo vendamos.

            Mariano González era patrimonio de Racing, que mantenía un porcentaje de todos los futbolistas. En el caso de los jugadores que estaban antes de firmar el contrato de gerenciamiento, el club se quedaba con el 80% y Blanquiceleste con el 20%. Los que llegaban después, el reparto era inverso. La venta del pase de Mariano claramente fue por debajo de su valor de mercado, lo que ya perjudicaba al club, pero además no fue a la cuenta de la asociación civil sino a pagar a las cuotas de la quiebra que Blanquiceleste debía abonar.

            La misma práctica ocurrió con el pase de Gabriel Loeschbor, que al ser adquirido ya con Blanquiceleste en el mando le correspondía a Racing un 20% del “producido neto de gastos”, tal como indica el Contrato de Gerenciamiento (Artículo IX, Beneficios y Fondos para el club, 9.2). La empresa lo compró en 1.100.000 millones de dólares y lo vendió a Rennes de Francia en 2.650.000 dólares. Sin embargo, cuando realizaron la operación, en Blanquiceleste aseguraron que antes de repartir los porcentajes se debía deducir su inversión inicial y que el dinero no tenía que ir a la cuenta de Racing sino que era para el gerenciador. Era una curiosa forma de entender el contrato.

            Héctor García Cuerva, interventor en la primera parte del gerenciamiento hasta ser reemplazado por Dilernia, sostiene:

            -Marín hizo cosas buenas al principio. Después viene una desorganización que termina con su salida.

            -¿El gerenciamiento cumple con los pagos?

            -No lo va cumpliendo porque va sacando plata de jugadores, de lo que era de Racing.

            En plena derrota de un clásico con Independiente en la cancha de Racing un grupo de hinchas rodeó el palco oficial donde estaba Marín. La situación con el gerenciador era tensa. Fue la última vez que pisó la cancha. “Siga siga siga el baile/al compás del tamboril/porque Racing es mi vida/no la empresa de Marín”, ya era un hit en la tribuna. El 15 de junio de 2006 Marín le pasó el control de Blanquiceleste a Fernando De Tomaso, vicepresidente de Blanquiceleste, un hincha de River que tenía una empresa de alimento para perros. Marín cuenta que De Tomaso lo citó en Road Point, el lugar en donde todo había empezado, y le ofreció comprarle la firma.

            -Yo cedí todo, no me quedé con nada, ni tampoco recuperé nada. A mí me echan de Racing. ¿Quién? No sé. Y lo ponen a De Tomaso, pero tampoco sé quién.

            -Pero De Tomaso era su vicepresidente, lo llevó usted a Racing.

            -No, lo saqué a los tres meses… yo hice los intentos para vender Blanquiceleste y recuperar plata mía y de mi suegro, y no lo logré.

            Marín tuvo diferencias con De Tomaso, pero no es cierto que se fue de la empresa. Mucho menos a los tres meses. El 28 de diciembre de 2004, incluso, presidió una asamblea ordinaria de accionistas con el 90,4% del capital social presente. El nuevo gerenciador no era un paracaidista húngaro que caía en Avellaneda sin que nadie lo conociera. Era el hombre con el que Marín había armado la estructura de financiamiento de Blanquiceleste.

            La gestión de De Tomaso fue calamitosa. El club se desangró mientras la empresa acumuló pedidos de quiebra. Entre julio de 2007 y junio de 2008 llegó a emitir cien cheques sin fondos por 8.640.942,20 pesos. En la cancha, además, Racing iba en picada. Tuvo que jugar la Promoción para evitar el segundo descenso de su historia. El repudio contra la empresa se hizo cada vez mayor. La Mesa de Enlace, que agrupaba a varias de las organizaciones políticas del club, convocaba a las marchas contra el gerenciamiento. Salvador Azerrad y Hugo Lamadrid, dos jugadores que habían salido de las inferiores mientras Racing habitaba la Primera B, se convirtieron en las cabezas de las protestas. “De Tomaso, vas a tener que dar cuentas ante Dios de lo que estás haciendo”, decía una bandera que llevaba Juan Gabriel Arias, el cura de Racing.

            -Me inspiré en una frase que le dice Juan Pablo II a George W. Bush cuando ataca Irak- me cuenta el sacerdote.

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Ante la presión de los hinchas, la política movió su ficha. Daniel Scioli, gobernador de la provincia de Buenos Aires, sacó al interventor Nicolás Dilernia, amigo de Marín, y nombró en el cargo, otra vez, a García Cuerva. O sea: el mismo que le había entregado las llaves a Blanquiceleste volvía para sacárselas. Al asumir, el nuevo interventor se reunió en Olivos con Néstor Kirchner, ya como ex presidente, y le contó cuáles eran los tres objetivos de su misión en la Academia: echar a Blanquiceleste, levantar la quiebra, y llamar a elecciones. Kirchner aprobó el plan.

            -¿Y quiénes van a ganar?- preguntó el santacruceño.

            -No sé, esperemos que los buenos- respondió García Cuerva.

            En julio de 2008, después de una larga lucha, Racing dejó atrás el gerenciamiento. Blanquiceleste, finalmente, quebró. Al final de ese año, y aunque no se había levantado la quiebra, el interventor García Cuerva llamó a elecciones después de una década. El abogado Rodolfo Molina se convirtió en presidente con una lista que también integraron Flavio Nardini, el cura Juan Gabriel y Adrián Fernández, el Oso. En 1999, Molina había denunciado a los ex dirigentes por la quiebra del club en una causa que se tramitó ante los tribunales de Lomas de Zamora y que tuvo dos semanas presos a Juan De Stéfano y Daniel Lalín, y prófugo durante varios meses a Osvaldo Otero.

            Tres años después de la caída del gerenciamiento, en 2011, mientras se escribía esta historia, De Tomaso era procesado y embargado por supuesta administración fraudulenta y se encaminaba al juicio oral. “Habría utilizado el CUIT de la institución para declarar frente al fisco nacional las retenciones efectuadas al momento de abonar sueldos, premios, y otras remuneraciones a los jugadores y personal ligado a la actividad futbolística”, dijo la Sala I de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal al confirmarle el procesamiento. Según el tribunal, “luego de omitir el depósito de las sumas retenidas con la clave fiscal de Racing” De Tomaso desvió esos fondos “en beneficio propio”, obligando “ilegítimamente al titular del CUIT utilizado”. Por la maniobra Racing tuvo una demanda del fisco por 3.190.439,23 pesos. De Tomaso también enfrenta otra causa por la operación de traspaso de Maximiliano Moralez a un club ruso. Las querellas del club contra el empresario las llevaba adelante uno de los abogados más famosos del menemismo, Mariano Cúneo Libarona.

            Marín dice que perdió fortunas en Racing, incluso “Mis Marías”, su quinta, donde se entrenaba el equipo. Ahora hace esfuerzos por despegarse de ese desbarranco final que fue De Tomaso. Intenta mostrarse distinto. Sin embargo, más allá de las diferencias, al 31 de mayo de 2004, cuando Marín todavía estaba al frente, Blanquiceleste ya tenía un déficit de 5.465.989 pesos y un pasivo de 71.814.678,07 pesos. Además, fue durante su gestión que se traspasó el personal de Blanquiceleste a Racing Club Asociación Civil, lo que valió que un grupo de socios realizara una denuncia por supuesta evasión fiscal.

            Los problemas empezaron mucho antes de que Marín se fuera del club. Y sucedieron ante la mirada pasiva –de mínima- o cómplice –de máxima- de todos los que debían controlar: el interventor Dilernia, el juez Gorostegui, y los miembros del órgano fiduciario: Eduardo Gilberto, Carlos Ves Losada y Néstor Bugallo. Un final como el de Blanquiceleste no ocurre de un día para el otro ni es obra de una sola persona: es la última estación de un recorrido en el que participaron muchos actores. Tampoco la sociedad suele ser una víctima pasiva: los hinchas, al menos al principio, aceptaron el gerencimiento. Es posible que haya pegado la idea de la salvación, pero hubo un apoyo generalizado y sólo unas pocas voces alertaban desde la resistencia. Mucho más con el título.

Después, cuando el hundimiento se hizo visible, arrancaron los cuestionamientos masivos.

            Marín, además, me dice que tenía al Grupo Clarín en su contra. En su teoría, al multimedio -por entonces socio de la AFA- no le convenía que triunfaran los gerenciamientos. A eso Marín le suma que pedía más dinero de televisión y eso molestaba. Al menos públicamente, hay que decirlo, no se conocían esos reclamos. Le pregunto, entonces, por algo explícito que pueda mostrar una presión de Clarín hacia él y Marín me responde que se notaba en los títulos. Se indigna, también, porque en el libro que el diario sacó por el Racing campeón sólo se lo menciona en un epígrafe como “el gerenciador”.

            Marín insiste con que los hinchas le brindan aliento por la calle aunque, al mismo tiempo, dice: “En Racing fueron ingratos conmigo”. Desde el clásico con Independiente no regresó a la cancha. Dice que le duele pero que prefiere evitar un mal momento. Marín sabe que no puede volver. Acaso sea el peor castigo.

            “Blanquiceleste puso las casillas de peaje y después de cobrar el peaje mantuvo a Racing con ese dinero. No tuvo ni puso capital de riesgo”, me dice César Francis, abogado y periodista, uno de los que más investigó a la empresa como parte del equipo de Víctor Hugo Morales. Por esos días, Francis repetía una frase: “Si Cristobal Colón descubriera América en estos tiempos no traería espejos de colores sino contratos de gerenciamientos de clubes”.  

            Nunca olvidé la imagen de Mostaza Merlo atravesando el túnel en puntas de pie, procurando salvar su coquetería y que las botamangas de ese traje azul impecable salgan ilesas de la travesía. Su estatua llegó al lugar que le correspondía, el Cilindro de Avellaneda, recién cuando los socios volvieron a gobernar el club. El gerenciamiento, en cuya etapa se consiguió el título, ni siquiera tuvo ese gesto con el técnico. Marcelo Bielsa, en una de sus clínicas, dijo alguna vez: "Las sociedades anónimas aplicadas al fútbol tienen la capacidad de privarnos de la pasión. Significa que alguien puede quedarse con algo que es de todos". Hay que mirar a Europa para ver cómo mandan el dinero y los caprichos de los magnates. Mostaza cruzando el agua para salir al césped por el centro del campo siempre me pareció un símbolo de la contradicción de ese diciembre de 2001. Mostaza y ese túnel eran las dos cosas que nos había dejado el gerenciamiento: el campeonato y la inundación.