Ensayo


Sentirse boliviano en Buenos Aires

En octubre la comunidad boliviana de Buenos Aires celebra al por mayor con la Fiesta de la Virgen de Copacabana y la Entrada de Avenida de Mayo. La Doctora en Antropología (UNSAM) Natalia Gavazzo se mezcló con las miles de personas que viajan desde todas las provincias y también desde Bolivia para participar de los festejos. Un ensayo entre músicos, danzarines, trajes y chicharrones para entender la impronta que dejan estas migraciones en Capital Federal.

Fotos: Andrez Flóres y Natalia Gavazzo

Todos los años, el segundo y tercer domingo de octubre, se realiza la festividad en honor de la Virgen de Copacabana en Charrúa, en el Bajo Flores, entre las calles Bonorino, Fructuoso Rivera, Matanza, las vías del ferrocarril Gral. Belgrano y la Avenida Cruz, frente a la cancha de San Lorenzo. La fiesta se realiza desde inicios de los 70, cuando los vecinos trajeron la primera imagen de la Virgen desde Bolivia. Por esta razón, las principales actividades de la fiesta tienen que ver con lo religioso y devocional. Las novenas, verbenas y sobre todo la misa del domingo junto con la procesión de imágenes, cargamentos y arcos constituyen tradicionales elementos de la fiesta. Por eso se la define frecuentemente como una fiesta religiosa: la participación está sujeta a una serie de juramentos y promesas a la Virgen (o “mamita”, como se le dice cariñosamente en Bolivia).

Por Avenida Cruz se llega al inicio de la fiesta. Está marcado con un vallado “oficial” (es decir pedido a la municipalidad e incluso con custodia de la Policía Federal Argentina) pero también “de hecho”: sobre la mitad de los carriles (cuando no en su totalidad) se instala una enorme feria comercial, que sin dudas es uno de los grandes atractivos de Charrúa. Allí uno encuentra desde comidas típicas, ropa y artesanías, hasta los más diversos productos traídos especialmente de Bolivia.

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Luego está el desfile de danzas: el gran protagonista. Cada año la concurrencia crece, contando con la participación de más y más grupos de danzas –fraternidades- de distintas partes del país. Los grupos ensayan todo el año para presentarse en esta y en otras festividades y encuentros de bolivianos que residen en distintos barrios de Capital y Gran Buenos Aires. Allí, en cada barrio, encuentra su identidad cada grupo. Son Caporales de Charrúa, o de Lugano, o de La Salada o de Barrio Olimpo o de Quilmes, la Diablada de Merlo y de Morón, los Tinkus de Villa Celina. El baile y el territorio urbano se unen en la identidad de las fraternidades.

De los grupos participan no sólo migrantes bolivianos sino sobre todo sus hijos y nietos argentinos que, a pesar de ser porteños, no dejan de sentirse –al menos en parte- bolivianos en el contexto de estas prácticas festivas y dancísticas. Para el desfile, las fraternidades cuentan con algunas de las bandas de música más reconocidas en estos géneros que vienen especialmente de Bolivia, como la Pagador o la Poopó, haciendo que el mismo sea el principal espectáculo de la jornada.

También están los sikuris, conjunto compuesto por músicos que interpretan el siku, instrumento principal de la música andina vinculada a los pueblos originarios quechua y aymara. Estos grupos han abierto un espacio crítico en el que poder repensar lo nacional folklórico que la sustenta, puesto que las danzas devocionales son parte del folklore que ha sido usado por el Estado boliviano como una herramienta para “unificar” a la diversidad de culturas que coexisten en su territorio. De este modo, se ha pretendido ocultar las luchas y el sometimiento de algunas de las parcialidades que la componen, como –en este caso- los pueblos indígenas. Por eso, esas danzas no representan a quienes se identifican con las naciones originarias que hasta hoy intentan hacerse un espacio y hacer cumplir sus derechos. Los sikuris reclaman la presencia de esta herencia y, luego de desfilar, se ubican justo enfrente de la Iglesia del barrio, fin del recorrido del desfile, en la plaza que han logrado denominar –no sin razón- Tomás Katari.

Charrúa es una fiesta de la que participan familias bolivianas que se acercan de los más variados rincones de la gran región metropolitana de Buenos Aires, en donde se reza, se bebe, se come, se baila, se escucha y se enamora, como en cualquier gran fiesta patronal de Bolivia. Y se recrea, al menos parcialmente, eso que a todos los hace sentirse bolivianos y ser parte de su cultura, construyendo de ese modo una “integración hacia adentro”, es decir como colectividad. Una integración que genera pertenencia, que les permite no perder las raíces, encontrarse con otros “paisanos” y enseñarles a sus hijos y nietos argentinos cómo se vive en sus pagos de origen. De este modo, bolivianos que podrían incluso ser rivales en su país de origen se unen en lazos de solidaridad e identidad en el contexto migratorio, integrándose mediante fiestas como Charrúa y construyendo así una comunidad de referencia a la que todos pueden acercarse para sentirse un poco “allá”.

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La bolivianidad llega al centro

En 2009, el mismo año en que los bolivianos votaron (masivamente) en las elecciones presidenciales por primera vez fuera de su territorio nacional, se realizó la primera edición de la Entrada Folklórica Intregración de Bolivia en Argentina. Un año antes de los festejos por el Bicentenario Argentino (marco en el que desfilaron algunos de los conjuntos que se habían presentado en Avenida de Mayo), se inició este enorme evento cultural al que se lo conoce la Entrada de Avenida de Mayo.

La dinámica es la de los grandes desfiles de danzas folklóricas de Bolivia, como el Carnaval de Oruro o la Entrada Universitaria y la Fiesta del Gran Poder en La Paz. Con un recorrido de unas 10 cuadras -como el de Charrúa- se toman algunas de las principales arterias de la ciudad, 9 de Julio, Avenida de Mayo y Diagonal Sur, y se recorre los grandes “símbolos de la porteñidad”, Obelisco, Cabildo, Catedral y Plaza de Mayo. El evento se transmite en vivo tanto en el canal público de Bolivia (Bolivia TV) como en el de Argentina (Canal 7). Además, este año fue cubierto por al menos una decena de radios comunitarias bolivianas de Buenos Aires e incluso se hablaba de una ampliación de la cobertura de las actividades llegando a Estados Unidos y España, otros dos destinos importantes de la migración boliviana. Esto sin dudas le otorga una visibilidad que Charrúa –incluso después de varias décadas- no tiene.

Las grandes protagonistas del festejo son, acá también, las fraternidades. Especialmente las Morenadas, danza que representa el andar de los esclavos negros llevados a las minas de Bolivia, en su éxodo a las tierras más bajas de las Yungas. Compuestas por cientos de bailarines, son parte de la fastuosidad de la Entrada: en el amplio espacio de las avenidas del centro pueden desplegar -mejor en Charrúa- las coreografías realizadas con vestuarios que llegan a pesar 30 kilos. Además de las Morenadas, también están la Diablada, Caporales, Tinkus, Potolos, Pujllay, Salay y otras danzas que año a año se van sumando del mismo modo que en la fiesta de Pompeya.

Esta Entrada es organizada por la Federación de Asociaciones Folklóricas Culturales Bolivianas en Buenos Aires, cuyo presidente, Carlos Apaza, afirma: “nos honra organizar este desfile en la histórica Av. de Mayo, por medio de este ramillete de variadas y coloridas danzas que denotan la diversidad de nuestros pueblos. Es esta muestra cultural la que nos afianza a sentirnos pueblos unidos en una nación latinoamericana grande, sin fronteras, integrada culturalmente”. Acá el sentido de integración ya es otro: se refiere a que, más allá de la inserción laboral, los bolivianos pueden sentirse parte de la cultura argentina mediante este aporte artístico también. Es una “integración hacia fuera”, con los argentinos que desconocen y estigmatizan.

Tal vez por eso es que me emocioné tanto cuando fui por primera vez en 2009 y me sigo emocionando cuando veo que esta deuda que tenemos con nuestros hermanos bolivianos comienza a ser saldada. Es que la “integración cultural con los hermanos latinoamericanos” se ha vuelto una cuestión de Estado. Por eso este evento ha ido contando con un fuerte apoyo gubernamental, especialmente de la Subsecretaría de Políticas Socioculturales de la Secretaría de Cultura de la Nación. Este organismo canaliza esfuerzos a partir de los programas “Integración Cultural Latinoamericana” e “Igualdad Cultural”. Como dice Jorge Coscia, actual Secretario de Cultura, la Entrada responde no solo a los tratados y acuerdos de los países de la región sino a la integración de los pueblos y por eso “es una fiesta de la Patria Grande”.

El apoyo oficial viene también desde Bolivia, ya que este año contó con la presencia del Vicepresidente, Alvaro García Linera, que ocupó un puesto en el palco oficial junto con otras autoridades oficiales, tanto gubernamentales locales como otros dirigentes, periodistas e intelectuales, e incluso se bajó a tocar con las bandas de música. El escenario es el punto de llegada del recorrido de los grupos, y de alguna manera es también la “apoteosis” de legitimidad que corona el esfuerzo de los danzarines y consagra a la colectividad boliviana como parte del “crisol de razas”, base histórica de nuestra argentinidad.

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La polémica (más allá de las dicotomías)

En 2009, el periódico Renacer titulaba la nota sobre la primera Entrada de Avenida de Mayo: “Wawa de Charrúa”. Parecía que a la fiesta “tradicional” de la colectividad le había nacido un hijito y que aún era muy bebé (wawa = bebé en quechua). Sin embargo, la Entrada fue creciendo rápidamente, despertando una polémica. Para algunos este crecimiento es negativo. Los esfuerzos de las fraternidades y organizadores se canalizarían mayormente en Entrada, abandonando así las fiestas barriales. En el calendario de los grupos la “estrella” podría ser Avenida de Mayo. Esto además podría quitarle público, sobre todo este año que se hizo un día antes (el sábado 12) que la de Charrúa (domingos 13 y 20).

Para otros, la Entrada de Avenida de Mayo está mejor organizada, lo que hace que los grupos se luzcan más: ser boliviano es un orgullo. Y los porteños que ignoran mayormente la historia y cultura de su país de origen pueden disfrutarlo. Esta celebración está en un lugar de la ciudad al que puede llegarse desde distintos puntos del Gran Buenos Aires.

Entonces hay peleas por la autenticidad de una y otra festividad, por la legitimidad de sus organizadores como representantes de todos los bolivianos (o de la LA colectividad como unidad). Pero, en verdad, son disputas por el poder entre aquellos que concentran una mayor cantidad de recursos y los que quedan relegados a espacios marginalizados y desempoderados, sin derechos ni beneficios, ni vallados, ni seguridad, ni cuidados, que los otros tienen de sobra. En la desigualdad está la clave para entender la raíz de esta polémica. ¿Puede Avenida de Mayo borrar del mapa a Charrúa?

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Es interesante notar que ambas fiestas se realizan en las mismas fechas en que se recuerda la llegada de los españoles a América. Y sobre todo se denuncia la matanza de los pueblos indígenas, hoy continuada por su marginalización y la violación de sus derechos. Del Día de la Raza al Día de la Diversidad Cultural, los más diferentes siempre han sido más desiguales. Por eso, generar espacios de legitimidad, espacios en donde sea válido y deseable sentirse parte de una cultura como la boliviana que ha sido negada, ignorada y estigmatizada durante tantos años, sobre todo en una ciudad que siempre se creyó europea, es un derecho que tiene que comenzar a respetarse y garantizarse. Porque los migrantes tienen derechos consagrados en una ley como la actual que es un ejemplo en el mundo y porque esos jóvenes que bailan son también argentinos y, como tales, constituyen el futuro de este país.

Por eso, aunque las comparaciones son inevitables, la polémica es sobre todo de los organizadores y no tanto de los grupos o del público, que gusta de asistir a ambas. Como hoy por hoy se ríe el mismo periódico Renacer en su historieta de la contratapa, “en Avenida de Mayo nos lucimos, en Charrúa somos.”

Por eso, yo voy a las dos. A Charrúa, desde hace 13 años, a comerme un buen chicharrón y a presentarle mis respetos a la Virgen, a encontrar amigos, a beber chicha y bailar con ellos hasta altas horas. Y a Avenida de Mayo a ver cómo se lucen los grupos, a apoyar una política pública que busca visibilizar y dar reconocimiento a una cultura relegada por nuestra mentalidad colonizada, y a ver cómo se sorprenden los gringos (extranjeros y argentinos) al ver estas maravillosas expresiones artísticas. Y claro, para sentirme orgullosa de llevar un pedacito de Bolivia en mi corazón porteño.