Ensayo

Desapariciones


Cartografías del abandono

En su nuevo libro, el sociólogo uruguayo Gabriel Gatti da una vuelta de tuerca a sus investigaciones sobre las desapariciones de raíz política, perpetradas y ocultadas por Estados, como las de su padre y su hermana, para expandir el foco hacia otras desapariciones, las “de ahora”: de una fosa común con 1049 bolsas con restos humanos en San Pablo a los desplazados por el conflicto armado colombiano; de los migrantes africanos en Melilla a las víctimas de femicidios y violencia narco en México. Procesos desaparecedores de personas, cuerpos, identidades, roles y reconocimientos sociales menos excepcionales que los del pasado que posibilitan una revisión de las herramientas conceptuales heredadas.

Gabriel Gatti es un sociólogo uruguayo, astuto e inquieto, que vive en Bilbao y trabaja en la Universidad del País Vasco. Su nuevo libro Desaparecidos. Cartografías del abandono, no es el primer trabajo donde habla de “desaparecidos”. Es que ese es su tema, el tema sobre el cual está más que autorizado para hablar, por su historia personal y por su trayectoria de investigación. 

Este libro me ha impactado de manera particular. En él, Gatti da una fuerte vuelta de tuerca a sus trabajos previos sobre los desaparecidos y las desapariciones “de antes” -como las de su padre, su hermana y otros seres queridos y buscados y recordados por él y por muchos y muchas, aquí, en este Sur de tan sanguinarias dictaduras-. 

Gatti parte de aquellas desapariciones son las que denomina “originarias”, de raíz política y perpetradas (y ocultadas) en gran medida (pero no sólo) por Estados. Luego expande su foco hacia otras desapariciones, las “nuevas”, las “de ahora”, y hacia otro tipo de procesos desaparecedores de personas, de sus cuerpos, sus identidades, sus roles, sus ubicaciones y reconocimientos sociales. Unos procesos que son menos excepcionales que los del pasado y, por eso mismo, a la vez engranan en los dispositivos que sostienen al mundo social.

Es que, hoy por hoy, si bien son entidad difusa y escurridiza, los desaparecidos tienden a ser masa, no excepción. Y eso requiere reflexión, análisis, explicación y revisión de las herramientas conceptuales heredadas. Porque las que tenemos no alcanzan, no captan, no nos dicen demasiado acerca de estas realidades emergentes superpobladas de unos sujetos que están pero no son, que se fueron o “los fueron” y ya no se sabe dónde están, que están pero ya no más en la forma en la que estaban antes, a los que se llama “desaparecidos” aunque estén aquí y no los veamos, o no los veamos con nitidez (o sí).

En Argentina, por ejemplo, nos acostumbramos a designar como desaparecidos sólo a “nuestros 30.000”, y a otros, en otros lugares, que hayan experimentado avatares similares. Hubo, hay, un cierto recelo entre familiares y activistas para que el nombre no se bastardee, para que no se use para designar cualquier cosa. Gatti reconoce que aquella categoría de “desaparecido” fue parida, en efecto, en las tragedias de los ’70 del Cono Sur. Pero también afirma que ese es sólo el punto de partida, el nacimiento de un largo derrotero de la palabra. Que tiene una importante estación intermedia, ya iniciado el presente siglo, en la cristalización de la figura del desaparecido como elemento clave del aparataje normativo internacional, ése que se tramitó en convenciones de DD.HH., en salas llenas de conspicuos juristas y diplomáticos de diferentes países. Toda esta larga marcha del concepto ya fue explorada por Gatti en otros trabajos. Pero su interés radica ahora en sus usos y manifestaciones actuales, y en la productividad de su utilización para pensar y entender lo que hoy pasa.

Así se lanza Gatti a observar desapariciones y procesos desaparecedores en las más variadas latitudes. Porque por más que siempre se exprese en coyunturas locales, la “cosa”, esas cosas heterogéneas que en torno a la palabra “desaparición” van tomando un nombre, tiene alcances bien globales. 

La enumeración que haré aquí no podrá ser exhaustiva, pero con esto es posible al menos formarse una idea de por dónde va el libro: “bichos” que, como zombis, deambulan en lugares de extrema pobreza en Montevideo, por fuera del mapa normalizado de la ciudadanía normal; bebés robados nacidos en hospitales españoles y entregados turbiamente en adopción; una fosa en un cementerio en San Pablo donde en 1990 se encontraron 1049 bolsas con restos humanos; haitianos y descendientes de haitianos nacidos en República Dominicana, trabajadores de las plantaciones de caña de azúcar, a los que la Suprema Corte de ese país, en nefasta sentencia de 2013, privó de nacionalidad; desplazados por el conflicto armado en Colombia; migrantes (o deseosos de serlo) que espían y a veces logran saltar por encima de la ultravigilada frontera sur de Europa, en Melilla, un enclave español en África. Y last, but not least, diversos escenarios mexicanos, porque México, en sus fronteras y en su interior, es tan prolífico en desapariciones y modos de desaparecer que Gatti decide dedicarle por lo menos un capítulo entero, donde habla mucho de Tijuana, ciudad “borde y otro lado” a la vez. En ese capítulo aparece el controvertido sintagma de “país desaparecido”, no porque México deba considerarse un “estado fallido” (como cierta ciencia política supo llamar a todo lo que se aparte del tipo ideal del estado de derecho de la democracia liberal occidental), sino por la espeluznante paleta de desaparecidos y de métodos desaparecedores que desde hace un tiempo viene exhibiendo: femicidios, trabajadores forzados, mujeres bajo redes de trata, migrantes que se “pierden” y se resecan en el desierto, decapitaciones, víctimas de violencia armada (estatal o no), y varios etcéteras más.

Este libro refleja los emergentes de una investigación que se acerca a todas estas “cosas”, en escenarios siempre abigarrados, llenos de acciones recíprocas de una pluralidad de actores: las propias personas que padecen (¡y cuánto!) todos estos procesos, pero también juristas que litigan en torno a ellos, cuadros académicos de las universidades que los estudian, activistas que militan con o sin éxito por todas estas causas, funcionarias estatales o dirigentes sociales con las más variadas intenciones (desde encuadrar y regular estos procesos o morigerar sus consecuencias, pasando por hacer la vista gorda, hasta directamente perpetrarlos), agentes de agencias humanitarias locales o globales que despliegan acciones a veces salvadoras y otras extremadamente fútiles. 

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Desaparecidos. Cartografías del abandono se trata de una investigación sobre muchas cosas. Pero se trata también, y no en menor medida, de una sobre palabras. 

Gabriel Gatti da una vuelta de tuerca a sus investigaciones sobre desapariciones de raíz política para expandir el foco hacia las “de ahora”.

Gatti desarrolla un incisivo escrutinio (auto)reflexivo sobre los conceptos que venimos y seguiremos usando tanto en las ciencias sociales como en otras aplicaciones, menos elaboradas que las de la academia. Estas categorías, tanto como los conceptos de científica factura, fueron y son acuñadas y desplegadas para investigar, nombrar, encuadrar, traer a nuestro campo de atención visual, auditivo, vocal, táctil, pero también ético y político, todo eso que desapareció o fue desaparecido y/o “abandonado”. 

Justamente, dado el abandono del que fueron y son objeto, los desaparecidos se han salido (los han sacado) de nuestro campo visual; ya no son objeto de nuestros relatos, esto es, no contamos cuentos sobre ellos; no oímos sus voces (están lejos, por eso no se oyen; o están demasiado cerca, pero sus voces siguen siendo inaudibles). “Abandono” es, también, una de las palabras claves de este libro, tan clave, que hasta figura en su título, y en el título del epílogo. 

Entonces: un libro sobre las palabras y las cosas. Y una palabra: “desaparecido” que, más que otras palabras, colabora con bastante eficacia en el re-cuento (en el sentido de un-dos-tres, y en el de relato) de un masivo abandono social, y de los procesos que condujeron a él. Desaparición, “un nombre para el que no tiene cuento (que no se narra, que está fuera del relato común), el que no tiene cuenta, (que no se cuenta, que está fuera del registro), el que no se tiene en cuenta (que no se cuida, que está fuera de lo que importa)”. 

Parece que Gatti jugara con las palabras, pero en realidad se las está tomando demasiado en serio. Muy lejos de la moralina lastimera, funciona como reivindicación ético-política que toma la palabra para contar acerca de lo que se ha caído del mapa, aunque sin el propósito mesiánico de representarlo ni de hablar en su nombre. Por cierto, mapa, cartografía, espacio, lugar, senda, borde, frontera, territorio, son otras palabras de uso profuso en este libro. No son sólo metáforas espaciales (igual, para mí, no habría problema alguno en que lo fueran), ni ornamento elegante de una prosa que ya es elegante, sino recursos analíticos profundos.

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Son 200 y poco más de páginas que pueden devorarse en unas pocas horas, pues el estilo de escritura es ágil, ameno, invita e incita a seguir leyéndolo, todo bien ilustrado y apuntalado con fotografías, viñetas y notas de campo tomadas al fragor de la investigación. Pero también es un libro para estudiar y subrayar. Más allá del uso concreto que le queramos dar, la lectura lleva a seguir a su autor en sus viajes, algunos solo, otros bien acompañado, incluso por su pequeña hija Ainara, que tiene en esta investigación un papel decisivo, que él valora y cuenta muy bien pero que no quisiera aquí spoilear. 

Gatti disecciona y describe cosas serias, dolorosas, para él y para muchos de nosotros y nosotras, con alta densidad teórica y cuidada reflexividad metodológica. En el plano teórico, saqué mucho provecho de sus creativas apropiaciones de autorxs que ya supe trajinar bastante (de Benedict Anderson a Michel Foucault, de Donna Haraway a Norbert Elias). Pero también rescaté sus sugerencias de perspectivas que no conocía y que despertaron mi atención, como João Biehl o Anna Tsing, cuyas publicaciones ya mismo estoy googleando y tratando de conseguir.

En lo metodológico, no teme contar en primera persona sus avatares en el trabajo de campo, a veces incluso por medio de expresiones coloquiales elocuentes de sus estados de ánimo y sensaciones. Maneja mucha teoría, pero se cuida de recaer en el teoricismo o el malabarismo conceptual frecuente en ciertas sociologías. Hace más bien una crítica conceptual de los conceptos heredados, en su vacua pretensión de decirlo todo pero a la vez sin poder captar nada (neoliberalismo, extractivismo, Antropoceno, etc.). Habla bastante acerca de métodos y describe bien los propios (son varios, no se aferra a uno solo ni sigue a rajatabla los lineamientos de ningún manual), pero no recae en el fetichismo de la supuesta infalibilidad o superioridad de los “métodos etnográficos”, con el que a veces nos atormentan ciertas tediosas antropologías ortodoxas. 

Así, encara con enorme pericia, pero a la vez con el desparpajo de quien está en condiciones de hacerlo (porque su posición en el campo académico y las credenciales y habilidades en él acumuladas se lo permiten), un desafío que no siempre nos planteamos en las ciencias sociales. Desafío que se expresa, por ejemplo, en un par de preguntas: ¿cómo interpelar y atraer públicos más amplios que el puñado de nerds del propio sub-sub-subcampo de estudios? ¿Cómo hacer del trabajo intelectual una tarea que no sólo nos agrade y reciba el like de los pares sino que también contribuya a desencadenar ciertos y determinados efectos éticos y políticos en el mundo social?. Gatti hace todo esto. Y lo hace muy bien. Pasen y lean.