Ensayo

Vih, arte y activismo


Experiencias seropositivas

Desde su emergencia, el vih generó una cultura visual donde los estereotipos y los estigmas se tensaron con el deseo, el sexo, la posibilidad de una vida más digna. El arte, la literatura y el activismo fueron entonces puntos claves para pensar los efectos de la epidemia. El libro “Imágenes seropositivas” (EDULP) compilado por Francisco Lemus recupera ensayos, entrevistas y textos históricos que intentan dar respuesta a este proceso que se ubicó en el campo cultural y del arte, pero que también estableció diálogos con el activismo y las acciones políticas que hicieron de los cuerpos un territorio de disputa.

Imagen: Alejandro Kuropatwa, serie Cóctel, 1996.

En el último tiempo, experimentamos una ansiedad generalizada por la llegada de las vacunas para mitigar los efectos del COVID-19. Vemos  aterrizar  aviones  con  dosis  racionalizadas  porque  el  primer  mundo las acaparó. Mientras que en los países pobres el virus no da tregua, enfermando a viejos y trabajadores, en el norte vacunan a los menores de edad. Los ideales de la superación personal –para enfrentar la crisis económica– y el negacionismo –para evadir las políticas sanitarias– recorren el mundo como un modo de negociar la muerte. 

Para  los  que  nos  dedicamos  a  pensar  las  experiencias  artísticas  de  la  posdictadura  al  sur  del  continente,  la  actualidad  arroja  imágenes  similares  y  muchas  preguntas  sobre  nuestro  pasado.  En  1981,  hace  cuarenta  años,  se  detectaron  en  Estados  Unidos  los  primeros  casos  de una grave inmunodrepresión que, aparentemente, solo afectaba a los varones homosexuales a través de infecciones oportunistas. Pocos años después, luego de una pequeña guerra científica entre Francia y Estados Unidos, se llegó a la conclusión de que el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, de ahora en más sida, era producto del Virus de la Inmunodeficiencia Humana, el vih. Las vías de transmisión las conocemos. A quiénes afecta, a todos.

Una  mañana,  mientras  hojeaba  una  revista  El  Porteño  de  1985,  encontré  una  nota  titulada  “Llegó  el  sida”,  escrita  por  el  periodista  Daniel Molina. No era lo que estaba buscando ese día, pero el archivo se revela de esa manera. Tiene la fuerza de desafiar el reloj. El título de la nota me llamó la atención. A la vez que se presentaba como una verdad  absoluta,  podía  sentirse  la  incertidumbre  de  aquellos  años.  El  virus  poseía  ese  carácter  fantasmal  mencionado  por  Néstor  Perlongher en una subnota que acompaña el texto de Molina. Años más tarde, esa primera entrega desde San Pablo adquirió la forma de un libro: El  fantasma  del  sida  (1988).  La  nota  solo  estaba  acompañada  por una fotografía a contraluz en la que aparece una mano apoyada detrás  de  un  vidrio.  La  mano  pertenece  a  un  cuerpo  que  no  podemos identificar porque el rostro está difuminado. Había pocas imágenes para el sida, pero esta fotografía alude a esa primera situación de aislamiento violento de los enfermos, la suspensión de la libertad en  los  hospitales,  la  inhibición  del  placer  por  miedo  a  contagiar,  la  persecución  policial.  

El  vih  se  vivía  como  una  situación  individual  de proyección minoritaria, sin ecos en las mayorías y con escasas soluciones oficiales. En los registros de la prensa gráfica, 1985 fue el año del vih. Rock Hudson, actor de Hollywood, falleció en octubre de ese año luego de una  persecución  mediática  obsesionada  con  su  aspecto.  Pero  en  la  historia del virus hubo años más esperanzadores: en 1987 se creó en Nueva York ACT UP como respuesta a la emergencia sanitaria y social producto de la desidia gubernamental. Había un virus que avanzaba  sobre  centenares,  pero  al  presidente  Reagan  no  le  importaba  porque los afectados eran los “indeseables”: homosexuales, travestis, drogadictos, migrantes. 

ACT UP se multiplicó en diferentes ciudades de Estados Unidos y otros países. El itinerario de sus acciones marcó un punto de inflexión en los mecanismos de protesta y desobediencia civil del activismo contemporáneo. Se hicieron funerales en la vía pública, se tiraron las cenizas de los amantes en los jardines de la Casa Blanca. Se construyó una estética furiosa. 

En Latinoamérica, las agendas del activismo gay se reorganizaron con el fin de combatir la discriminación, asegurar la investigación y el acceso a la salud y, posteriormente, garantizar el cóctel de medicamentos  que  hizo  del  virus  una  enfermedad  crónica.  Los  programas  de televisión se llenaron de personas que pusieron el cuerpo en épocas en las que el vih era concebido como una enfermedad ominosa. Nuestra comunidad obtuvo una gran visibilidad y un sentido de lucha que se extendió a otras problemáticas. Gays, lesbianas, travestis, transexuales coparon las calles de Buenos Aires y otras ciudades junto a redes nacionales integradas por mujeres y varones heterosexuales, familiares y amigos. 

Desde su emergencia, el virus generó una cultura visual donde los estereotipos y los estigmas se tensaron con el deseo, el sexo, la posibilidad de una vida más digna. Las noticias estaban obsesionadas con los casos de contagio más excepcionales, con el impacto que genera un cuerpo demacrado ante la lente de una cámara. Hicieron del vih un “cáncer gay”, pero también volvieron invisibles a las mujeres que vivían con el virus, a las personas en las que la infección se entrelaza con lo precario. Si las salidas de las dictaduras quedaron anudadas al desarrollo de la política neoliberal, el vih puso un límite a la vida en sus  expresiones  más  vitales:  la  identidad,  la  juventud,  la  proyección  de un futuro, el libre ejercicio de la sexualidad.

En  junio  de  2017,  junto  a  Lucrecia  Palacios,  coordinamos  el  seminario “Efectos virales. Respuestas políticas y artísticas al vih en las últimas décadas”, en el MALBA. El motivo: la exposición Tiempo partido, del colectivo General Idea, curada por Agustín Pérez Rubio, por ese entonces director artístico del museo (1). Lucrecia era la curadora de programas públicos y venía desarrollando una serie de actividades en  torno  a  las  exposiciones  que,  en  vez  de  fijar  certezas,  expandían  el  horizonte  de  sentido  que  genera  la  curaduría.  Los  programas  públicos de Lucrecia tenían ese perfil: no eran un apéndice ilustrativo y conceptual de las exposiciones, sino una propuesta capaz de trazar nuevas lecturas y ampliar el alcance de una muestra; un dispositivo que  se  despliega  en  las  paredes  del  museo  pero  que  puede  agitar  el  pensamiento,  salirse  de  la  institución,  abrir  mundos.  Este  trabajo,  inédito  en  los  museos  de  Buenos  Aires,  habilitó  la  posibilidad  de  armar un seminario que convocó a muchas personas pero que resultó indiferente para el mundo del arte.

Durante  dos  días,  tuvieron  lugar  conferencias,  mesas  redondas,  paneles  de  discusión  y  proyecciones  sobre  el  vih  en  Argentina (2).  El  arte, la literatura y el activismo fueron puntos de partida para pensar los efectos virales que había generado la epidemia. Nuestro título se basó  en  un  libro  que  nos  movilizó  en  los  meses  que  planeamos  el  seminario, Viajes virales: la crisis del contagio global en la escritura del sida (2012), de la escritora chilena Lina Meruane. El libro plantea dos cuestiones para trasladar y debatir en el ámbito de las artes visuales, donde  aún  este  tema  ha  sido  poco  explorado:  el  virus  produjo  un  mapa  alternativo  del  continente,  se  conectaron  fronteras  impensables, se generó una temporalidad propia no anclada en la cronología lineal.  El  virus  estableció  las  condiciones  necesarias  para  una  escritura seropositiva que se hizo eco de la biopolítica y la farmacología, pero también de las formas de vivir juntos, que replicó y desestabilizó los lugares comunes de la enfermedad. 

Las ideas de Meruane iluminaron tanto al seminario como a la edición de esta compilación que reúne algunas de las intervenciones que formaron parte de esa jornada y otras que han sido parte de distintos intercambios con colegas a los que nos interesa pensar el desarrollo histórico del vih (3). Por un largo tiempo, el vih tuvo un lugar menor en las escrituras sobre  el  arte  contemporáneo.  Al  igual  que  sucedió  con  las  mujeres  artistas y el arte feminista, los análisis y las discusiones quedaban circunscriptos a la breve extensión que ofrece un apartado o una nota al pie de rigor. 

En el caso de Argentina, las lecturas pensadas únicamente desde el sentimiento celebratorio de la vuelta de la democracia no  lograron  prestar  atención  a  la  presencia  de  los  remanentes  de  la  última dictadura militar como tampoco a la calamidad que significó el  vih  para  una  generación  golpeada  por  la  violencia  represiva  y  el  desgaste social generado por el deterioro de la economía. Hasta hace poco, hablar del vih era introducir en un ambiente auspicioso –como el  de  la  profesionalización  del  arte,  como  el  de  los  nuevos  derechos  civiles– un tema doloroso donde las muertes se acumulan y los duelos siguen abiertos, donde las brechas por el acceso a los antirretrovirales aún existen como consecuencia de la distribución desigual de la riqueza. 

En cuanto a los años noventa, tanto en Argentina como en otros países  de  Latinoamérica  y  Europa,  las  genealogías  del  arte  contemporáneo  fueron  analizadas  a  través  de  dicotomías  que  muchas  veces  fueron  un  callejón  sin  salida  para  la  investigación:  global/local,  multiculturalismo/Estado-Nación, modernismo/posmodernismo,      industria  cultural/artesanía,  etcétera.  En  ocasiones,  cada  escena  ha  sido eclipsada por las biografías de uno o tres artistas, por lo general hombres,  que  obtuvieron  consagración  institucional.  Mientras  que  el vih, una experiencia colectiva que se desplegó entre décadas, que afectó a hombres y mujeres de diferentes sectores sociales, que contaminó las imágenes, que canceló trayectorias, que generó políticas del cuidado  y  alianzas  entre  distintos  grupos,  que  produjo  una  cultura  visual y un archivo, no fue tenido en cuenta en profundidad al momento de revisar el pasado. Fue en los estudios literarios donde este tema comenzó a adquirir mayor protagonismo en consonancia con la importancia que adquirió el concepto de biopolítica. Los síntomas que se manifiestan en la lengua son ineludibles. Esta perspectiva teórica fue clave en tanto la biopolítica –la pregunta por la vida, la pregunta por el gobierno de la vida– nos permitió volver atrás para pensar las transformaciones de la  cultura  y  la  política,  el  peso  del  poder  médico  sobre  los  cuerpos,  las relaciones sociales y su dimensión afectiva en la esfera pública y en lo privado, la subjetividad.

Las teorías queer y las epistemologías trans  originadas  en  el  norte,  pero  apropiadas  y  discutidas  en  el  sur,  para generar las propias, las regionales, contribuyeron fuertemente a este estado de la cuestión. Aquí es donde el virus funciona como una caja  de  resonancia  para  pensar  el  arte:  ¿cuáles  son  los  sonidos  que  una época logra amplificar y enmudecer? Los ensayos, las entrevistas y los textos históricos de este libro intentan dar respuesta a este proceso que se ubicó en el campo cultural y en el arte, pero que según la geografía estableció diálogos con el activismo y las acciones políticas que hicieron de los cuerpos un territorio de disputa. He planteado una división provisoria, –experiencias seropositivas, archivos y saberes situados– con el fin de organizar la lectura y focalizar los aspectos más distintivos de cada texto. Sin embargo, las imágenes, los testimonios y las referencias migran entre las páginas, contaminan cada parte del libro como una experiencia que no termina de cerrarse.

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1 . La exposición Tiempo partido, de General Idea, colectivo de artistas canadienses integrado por AA. Bronson, Felix Partz y Jorge Zontal, tuvo lugar entre marzo y junio de 2017. General Idea fue pionero en el arte conceptual y la exploración de los medios de comunicación como sistemas de información. En el contexto de la crisis del vih-sida en Nueva York, los artistas comenzaron a trabajar sobre su vida cotidiana; obras como Un año de AZT (1991) dan cuenta de su experiencia con el virus. En 1994, Partz y Zontal fallecieron de causas relacionadas al sida. Hasta la actualidad, AA. Bronson es el encargado de difundir el legado artístico del colectivo.

2 . El seminario tuvo lugar el miércoles 14 y el jueves 15 de junio en el auditorio del MALBA. Fue realizado con la colaboración de la Universidad Nacional de Tres de Febrero y la Fundación Huésped. Participaron Gabriel Giorgi, Marta Dillon, Mariana Enríquez, Pablo Pérez, Diego Trerotola, Lisette Lagnado, Fernanda Carvajal, María Laura Gutiérrez, Guillermina Bevacqua, Daniel Jones, Sergio Maulen, Kurt Frieder, Estela Carrizo, Alba Rueda, Mariana Iacono, Matías Muñoz y María Riot.

3 . Algunos de los textos que forman parte de este libro fueron presentados en el panel “Imágenes y escrituras seropositivas: respuestas al vih-sida en Argentina, Chile y Brasil durante los años noventa”, que coordiné en el marco del III Simposio de la Sección Cono Sur LASA 2019. Del mismo, participaron Alicia Vaggione, Javier Gasparri, Fernanda Carvajal y Mario Cámara.