Ensayo

Performance: Ensayo de ella


Zapatos para pensar, libros para adornar. Y viceversa

A partir de textos, objetos y coreografías, una mujer habla consigo misma en diferentes edades, se permite la risa y el drama al juzgar lo vivido. Sus devaneos recrean hechos y vínculos afectivos, interrogan lo universal de forma subjetiva. ¿En qué lugar nos paramos para construir nuestra biografía? ¿Nos gusta estar sobre nuestros zapatos?

En un artículo reciente sobre las memorias alrededor de la guerra de Malvinas, el escritor e historiador Federico Lorenz enumeraba y describía grandilocuentes museos, memoriales imponentes, y lugares monumentales de homenaje a los caídos que podían albergar hasta un avión real. Sin embargo, conocedor de los grandes procesos sociales, de las disputas políticas nacionales y globales, confesaba preferir los elementos de menor escala, casi domésticos, encontrados por azar en sus recorridas por las islas. Un par de medias, por ejemplo, le generaba más reflexión y conmoción que las instalaciones gigantes hechas especialmente para tal fin.

En esa frecuencia pero con una vuelta de tuerca que cruza una historia individual con grandes relatos pop, y objetos que cuentan y disputan el sentido que le damos a la propia biografía, transcurre la performance Ensayo sobre ella dirigida por Lisa Schachtel y Andrea Servera. 

La palabra ensayo del título se manifiesta en todo su despliegue simbólico y significativo. Ensayo como intento, como búsqueda, como hipótesis, como exploración. Como herramienta cognoscitiva que en este caso no deslinda al público de la emoción y el disfrute de cada ocurrencia textual ni de la plástica de los objetos y la coreografía.  El personaje es uno solo, desdoblado en dos, actuados por Martina Vogelfang y Alejandra Laera. Este recurso permite a la mujer hablar consigo misma en diferentes edades. La dinámica del relato remite, como género dialógico y ensayístico, al estilo clásico de Michel de Montaigne convertido en un lenguaje que sucede sobre el escenario. Como aquel autor, señalado por algunos como uno de los pioneros del género, se trata de devaneos bien dirigidos; la cadencia de lo improvisado es solo un aspecto retórico que genera frescura. Y eso no impide profundizar en tópicos universales de una forma subjetiva como lo anticipan los títulos de alguna de las vastas piezas del autor nacido en 1533: La tristeza, La ociosidad, Se sufre castigo por obstinarse en defender una plaza sin razón, El castigo de la cobardía, entre tantos otros. En ese mismo camino, siglos más tarde, la bajada de esta obra es “Un estudio performático del yo en relación con los objetos y la naturaleza”.

Ensayo sobre ella intercala la recreación de determinados hechos y vínculos afectivos, y cómo su ponderación cambia a lo largo del tiempo. “La mujer de edades diferentes” se permite la risa y el drama al juzgar lo vivido. Balanceada, y a veces en debate, los personajes resignifican los recuerdos. Por momentos, viene a la cabeza ese efecto de los antiguos dibujos animados de Disney donde a Pluto, el perro de orejas largas y expresión bondadosa, se le aparecía una voz de la conciencia en forma de diablo que lo persuadía para que hiciera algo, y luego otro en forma de angelito que lo disuadía. Algo de eso pasa aquí pero sin dualismos básicos ni moralinas, y en pasado. La pregunta, sutil, por cómo se accedió a este presente, y cómo el proceso de crecimiento cambió ciertas ideas o prácticas, se da sin solemnidades aunque la literatura, la lectura y la escritura, asociadas, en general, a la “alta cultura” sean tópicos centrales. 

Una voz en off, y una pantalla con la cual interactúan los personajes completan una puesta en escena que uno se llevaría a su casa. O, al contrario, al volver a casa nos dan ganas de recrearlas con nuestras pertenencias más cercanas. Veremos por qué. Una de las claves es el humor y cierto universo de referencias compartidas. 

Doble movimiento, de lo doméstico al universo 

Libros, plantas, discos, lápices, cuadernos, películas y viajes como ejes de un capitalismo afectivo, manifestado en consumos que nos llegan al corazón, se desparraman sobre el escenario y provocan identificación. Vemos, en los hitos de la historia de la protagonista, reconocibles influencias de la cultura libresca y la cultura popular. 

Parece verificarse – y esto resulta de lo más interesante- cómo los grandes relatos aspiracionales se vuelven gestos privados, propios; nos construyen y los reconstruimos. Recostada, rodeada de libros y por momentos tapada por alguno de ellos se expresa la materialidad de la escritura; cuánto pesa lo sabido, los mundos posibles como algo apropiado (más tarde, veremos una carretilla). El personaje cuenta que le gusta recorrer librerías y hojear libros. Cuando su “yo” joven los revisa se dice que “están adornados”. Marcados con lápiz, con papelitos, subrayados. En una doble flecha los elementos la modifican y ella los modifica, y deja su huella. Artefactos sociales, como la lectura, vueltos recreación personal. 

Otro ejemplo del juego fluido que construye un metarrelato sin afectación es esta evidencia concreta de cómo las historias de la industria cultural -la moda en el cine, por decir- influye en el personaje y en nosotros aunque sea algo que jamás se diga de manera explícita: interpretamos la acción. Por ejemplo, en la pantalla vemos una foto en blanco y negro, ella fuma, usa lentes negros y un pañuelo en la cabeza; la imagen podría ser vendida como postal de divas en algún puesto sobre el río Sena. En la sala, ella mira esa imagen de sí y dice que es de cuando se sentía una actriz en una película francesa. Y cuando estaba bien visto fumar (el público ríe). Estos paradigmas, con toda su carga de idealización, y como algo que deberíamos ser y desear, aparece en varias ocasiones, a veces con sorna pero sin burla. Una operación sin subrayados. ¿Quién no quiso parecerse a una artista, a una rockera, a tal personaje de ficción o a alguien que aparece en revistas, TV o redes, rodeadas de glam y presunciones de aventuras amorosas y de todo tipo? ¿Quién no copió algún gesto, un vestuario, la lectura de determinados libros o ha escuchado canciones porque otros lo hicieron? Esas ficciones patinadas de fantasía nos convocan hacia un registro mimético a tal punto que queremos que nuestras vidas sean así, hasta rozar la decepción, y luego, quizá, el crecimiento y autoconocimiento desde otra óptica. 

¿Adónde elegimos pararnos? 

En un texto clásico, “Puesta en escena, performance: ¿cuál es la diferencia?” publicado en español en la revista académica Telón De fondo, Patrice Pavis, investigadora de University of Kent (la traducción es de Silvina Vila) delimita la puesta en escena de la perfomance. “El término inglés performance, aplicado al teatro, designa lo que es actuado por los actores y realizado por todos los colaboradores de la “representación”, o sea, lo que se le presenta al público después de haber ensayado”. Y con respecto a la expresión nacida del francés “puesta en escena” dice “no es en absoluto el equivalente de performance. Designa, desde fines del siglo XIX, el pasaje del texto a la escena, de la escritura a la interpretación, ‘from page to stage’, como se dice lindamente en inglés. El sentido implícito es por lo tanto muy diferente del de performance”. En este plano, en Ensayo de ella los objetos dialogan con los personajes aun cuando aparece el ímpetu del turismo como mandato. La marca personal en medio de esa industria se traduce en el vestuario: camperas infladas con capuchas enormes que usan para sobrevivir en carpas de alta montaña. A ella, se dice, le gustaba más la playa pero relata aquella odisea en el sur argentino.

Y señala el “sacrificio” autoimpuesto (“seis horas de subida, una noche de pernocte en el refugio, cinco horas de descenso. Tampoco crean que es deportista: ni siquiera se entrenó...”) al escalar el cerro donde está Laguna negra, diez años más tarde desde la primera vez para, acaso, revivir una “módica aventura”. Ciertas taxonomías podrían pensarse como clave de lectura de la obra: graciosamente, se distinguen las alturas de lugares en la Patagonia, Estados Unidos y Francia. Las extensiones citadinas y las de una naturaleza salvaje. Porque en esa proeza de cuerpo esforzado y clima violento durante la escalada “importa la subida, no como en el Empire State o la Torre Eiffel”. El proceso, no sólo la vista panorámica. 

Si bien el recorrido es existencial, uno de los hallazgos de la obra es no tomarse demasiado en serio pero tampoco caer en la banalidad. Todo gracias al humor. En otra escena -no diremos cómo termina- despliegan en el piso varios pares de zapatos -propiedad de la misma guionista y actriz-. En el intercambio entre los personajes, ambas, en busca de la decisión sobre cuáles ponerse, describen las propiedades de stilletos, chatitas, botas, sandalias, tacos altos, sobrios o brillantes, y a especular el efecto que produciría cada uno sobre ella. Así vuelve el juego de la representación, entre Sex and the city, la vida cotidiana, el paso del tiempo, y la pregunta que, sin sentimentalismos, atraviesa todo el relato: ¿en qué lugar nos paramos para construir nuestra biografía? ¿Nos gusta estar sobre nuestros zapatos? 

Domingos 12, 19 y 26 de junio, 18hs. Teatro El Grito. Costa Rica 5459, CABA.

Texto: Ale Laera
Actúan: Ale Laera, Martina Vogelfang
Voz en Off: Lisa Schachtel
Vestuario: Vicky Otero
Escenografía: Marianela Fasce
Iluminación: Fernando Berreta
Video: Karin Idelson
Música: Santiago Toranzo
Fotografía: Elena Sapia
Asistencia de escenografía: Amadeo Sivak
Colaboración musical: Goyo Aguilar
Gráfica: Elena Sapia
Dirección: Lisa Schachtel, Andrea Servera